"Para todo mal, mezcal; para todo bien, también; si no hay remedio, litro y medio”.
Y es cierto, nada como el suave sabor ahumado del mezcal para calentar el espíritu.
Esta bebida de origen mexicano se produce en algunos estados como Oaxaca y Durango. Para su elaboración se utiliza un tipo de agave, resultado de la cocción de las piñas del maguey y de su posterior fermentación y destilación. El sabor final dependerá del tipo de agave, la región, el material de la barrica que usaron y el tiempo del reposado.
Al beberlo es importante considerar que los grados de alcohol del mezcal van de los 40° a los 52°, así que a disfrutarlo con cuidado porque ¡pega duro!. Debido al calor de su sabor es mejor beberlo a tragos pequeños, de lo contrario se sentirá que la garganta se quema, por eso se dice que el mezcal “se toma a besos”. El mezcal se disfruta desde que toca los labios y entra a la boca, en donde su sabor se esparce poco a poco mientras se desliza con cariño por la garganta. Ten en cuenta que diluir el mezcal con un poco de agua ayudará a intensificar su sabor, lo mismo pasará si después de un trago de mezcal, se chupa una naranja.
La delicia del mezcal no está únicamente en su sabor, también está en sus historias. El mexcalli, palabra del náhuatl (metl, ‘maguey’ e ixcalli ‘cocido’) que significa «maguey cocido», era bebido por las clases altas en tiempos precolombinos, además lo usaban en rituales sagrados. Dice un mito que los demonios le dieron al tlacuache cigarros y mezcal para que se los llevara a los dioses, quienes los usaron para animar sus fiestas. Ese ánimo y calor trascendió el tiempo, y ahora embriaga el espíritu de aquellos que toman la bebida de los dioses.
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